LOJA | Ernesto A. Castro

¡Qué de hechizos ostentas,

Loja querida,,

cuando la blanca aurora

baña tus quintas;

gozoso de admiro

cuántas bellezas darte

natura quiso!

¡Cuán hermoso es tu cielo,

su luz qué pura!…

Las aves de tu huerto

cuánto me gustan!;

me gustan tanto

porque tiernas suspiran

como tus bardos.

En el frondal pomposo,

do al aura sopla,

bello nido fabrica

la amante alondra;

y sus polluelos

para arrullarte ensayan

dulces acentos.

Del astro esplendoroso,

del sol gallardo,

en tu cenit más nítidos

brillan sus rayos,

que a tus vergeles

prestan calor y vida,

tornan alegres.

Las linfas de tus ríos,

tersas y puras,

en mil giros se pierden

por la llanura,

y van cantando

un himno que comprendes

flores y pájaros.

Seductora te aduermes,

sílfide hermosa,

entre sauces y alisos

cabe el Zamora:

la brisa errante

suave aroma te brinda, de los rosales.

¡Y tu luna!… ¡qué luna!…

siempre así sea

es el fanal divino

que, con luz bella,

en tu amplio cielo,

para alumbrar tus glorias

puso al Eterno.

¿Cómo no han de alegrarse

los corazones,

si en tu regazo nunca

penas conocen?

Cuando lo miro,

agitase en mi pecho

grato cariño.

Tal vez será que mi alma

raudal inmenso

de gratitud abriga

para tu suelo,

donde feliz

un sueño acaricio,

mi provenir.

Tal vez será por eso

por lo que te amo,

paraíso de amores,

con celo tanto, y tus bellezas

arrebatan las horas

de mi tristeza.

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